Wednesday, December 15, 2010

La marrana negra de la literatura rosa

El otro nombre del colesterol literario
Apareció el esperado tercer libro del norteño Carlos Velázquez, autor de Cuco Sánchez Blues y La Biblia Vaquera, quien publicó en la editorial Sexto Piso cinco cuentos bajo el título La marrana negra de la literatura rosa.

Durante la presentación se dijo que este libro se leía en una sentada, lo cual me parece una puntada similar a la de comer en McDonald´s para quitarse el hambre en chinga. Además de ser un lugar común para empalagar al autor, revela al consumidor de fast books que se mide por la cantidad de libros que ha “leído” con las técnicas del Lector Rapidín.

Los buenos libros son los que enganchan y nos mantienen con el pellejo pegado al hueso, los que no queremos que se acaben y a los que regresamos una y otra vez para leer y releer hasta limpiar el plato y la cacerola. En este punto debo confesar que leí tres veces La Biblia Vaquera –las mismas que cayó Jesucristo- y podría leerla dos tres más. El lector puede atascarse cuando hay lodo o reflexionar tras cada línea, sin duda el gozo es mayor cuando se lee despacito. Así se paladean y digieren las letras, incluidos los libros rápidos. Si huele a pollo Henry´s y sabe a pollo Henry´s… seguramente La marrana negra se preparó de esta forma, no al vapor -eso sería para veganos y al autor le caen gordos-, sino en franca y notoria chinga.

Ante todo La marrana es un libro divertido. Desternillante en El alien agropecuario, cuyo ambiente rockero el autor conoce muy bien, fábula sobre un adolescente con Síndrome de Down que se convierte en rockstar junto a una banda de punk y termina tocando tecnoanarcumbias bajo la dirección artística del manager. Con menor suerte corren los relatos No pierda a su pareja por culpa de la grasa, La jota de Bergerac (cuyo final es memorable, de película), El club de las vestidas embarazadas y La marrana negra, situaciones absurdas tasajeadas de la realidad, protagonizadas por ladrones y asesinos obesos, vestidas beisboleras y escritores de fat books más calóricos que una caja de chocolates frente a la televisión. Lo que tienen en común estos personajes es el conflicto personal (no hay un elemento entre ellos y tampoco se encuentran al final amarrándose unos con otros), ninguno está satisfecho con quien es y trata desesperadamente de ser otra persona u otro ser. Eso los lleva a cambiar más que su apariencia y a cometer atrocidades de dimensiones porcinas.

El libro tiene su cresta en El alien, luego sucede un tropezón y de pronto el lector rueda escalera abajo como si cada página fuera un escalón en El club de las vestidas embarazadas, una parodia de Fight Club de Chuck Palahniuk que se queda a medio esponjar. Hay riqueza en obesidad, adicción, crimen, enfermedad, obsesión, infidelidad, traición, engaño, provocaciones y bromas con la editorial cuando la Marrana, musa del escritor light pero puerco, se tira por la ventana de un sexto piso… sin embargo, el resultado sabe a letras rápidas que engordan con el colesterol literario disparatado. Si ya nos había dado esos deliciosos Burritos de yelera, ¿porqué ahora nos ofrece hotdogs con salsa cubana y salchicha humana? Caricaturas steadmaníacas –dado que el autor se identifica abiertamente con Hunter Thompson-, escritas bajo algún tipo de presión en olla express y a la sombra de su libro anterior.A La marrana negra le estorba La Biblia, campeonato del consejo nacional obtenido a pulso por este luchador de las letras libres. La cosa es que no se leen a lo ancho de la blackie marranez de pinky lit cuentos alucinantes como El díler de Juan Salazar, sino relatos largos que tampoco mantienen el ritmo polkabilly-jazzito duranguense ni su estilo postnorteño que ya lo distinguen desde Cuco Sánchez Blues. Da la impresión de que busca cortar con el pasado y alejarse de sus raíces y fortalezas, quizá para evitar la etiqueta Del autor de la Country Bible, pero como se dice, el Norte no lo va a dejar. Velázquez es hábil y ameno, el humor asesino logra entretener al lector hambriento de sus ocurrencias y sus malabares con las palabras. Esperemos que las prisas, la fama y la burocracia cultural no se lo desayunen al desnudo o al menor descuido.
* Publicado en Replicante.

Wednesday, December 8, 2010

Watching the wheels

La Raleigh de John Lennon
Ilustración: Maru Sandoval.
Cuando la tuve debí haber sido
el niño más feliz de Liverpool,
quizá del mundo.
Lennon



La música es movimiento. Y el movimiento es la condición esencial para mantener el equilibrio del Universo. En ese nivel, la bicicleta se parece a un instrumento musical, hay que ajustarla como se afina un piano o una guitarra antes de salir a tocar. Quizá por eso, el Sueño Número Uno de Lennon en la infancia era tener una bicicleta. Desde niño le gustó rodar en las calles de Liverpool, dar el rol por Mendips y más allá, pedalear con ritmo, melodía y armonía.
Siendo un medio de transporte tan común en su tiempo y en su país, es muy posible que pedalear haya influido en su estilo artístico, en la forma de concebir e interpretar la música. Si el country de Johnny Cash imitaba la marcha del tren y el surf de Dick Dale los remolinos de las olas, podemos imaginar que Lennon componía y tocaba con la cadencia de un paseo en bicicleta al estilo inglés.
En alguna ocasión dijo que vivía para su bicicleta, antes de contar que todos los niños dejaban sus bicis en el patio; pero él no, al contrario, insistía en meterla a la casa y durante las primeras noches la mantuvo junto a su cama mientras dormía. De nada sirvió que la tía Mimi tratara de impedirlo, igual intentó persuadirlo para que olvidara el asunto de la música: “Eso de la guitarra está bien, John, pero nunca te ganarás la vida con ella…”
Con ese antecedente bicicletero no extraña que Lennon haya sido una de las máximas figuras del rock y que los Beatles pasaran a la historia como el grupo más importante. Por sus biógrafos como Robert Rosen y las miles de imágenes que hemos visto del rockstar más famoso del mundo, sabemos que pedaleó muchas bicicletas a lo largo de su vida antes y después de la película Help! Existe registro de los paseos que daba con su hijo Sean, una curiosa fotografía de Bettmann donde aparecen John y Yoko en batas y él montado en una bicicleta blanca con flores, o las imágenes tomadas por Ben Ross de la pareja besándose en algún lugar de Nueva York, montados en sus respectivos velocípedos.
Por el tipo de pedales y los aditamentos que usaba, se nota que Lennon era un ciclista habitual. Pero no deseamos desconcertar a ningún lector con la inquietante figura de Yoko Ono (quien guarda una relación aparte con las bicis por el arte conceptual de Marcel Duchamp y su escultura Rueda de bicicleta), por ello desviaremos nuestra atención hacia otra foto más interesante de Lennon, una sepia de principios de los cincuenta en la que posa orgullosamente con su primer bicicleta junto a su primo Stanley Parkes. El Sueño Número Uno hecho realidad era una Raleigh rodada 28, una clásica all steel bicycle, la bici más popular en Europa durante varias décadas del siglo XX.
El fundador de Raleigh, Sir Francis Bowden, era un hombre enfermo y desahuciado. Solía emprender largos viajes, pero en 1887 contrajo una extraña enfermedad que nadie lograba diagnosticar ni curar, su salud se deterioró tanto que ese año los médicos no le dieron más de seis meses de vida. Uno de los galenos le sugirió, como último recurso, que hiciera ejercicio. Sin mucha esperanza, Sir Frank montó una bicicleta inglesa que pedaleó por las calles de Nottingham, se fue a rodar y en un acto insólito logró escapar de la Muerte, se alejó de ella veloz, dejándola fría en la lejanía.
Al año siguiente, saludable y feliz, el escapista de las dos ruedas compró un pequeño taller en Raleigh Street y estableció su fábrica, donde se armaban dos bicicletas por semana. Desde entonces, la Raleigh Cycling Company es parte de la tradición del diseño y la ingeniería mecánica de Inglaterra, la cuna de la Revolución Industrial, con sus máquinas, las fábricas y sus obreros. En 1896, la nueva planta empezó a funcionar con bandas de producción en serie movidas por seis inmensos motores, la armadora de bicicletas más grande conocida en aquella época, donde una década más tarde se producirían 30 mil velocípedos al año. Por si esto fuera poco, la marca se vio consagrada por el fenómeno Zimmerman, el ciclista de Nueva Jersey que ganó 2,300 competencias montado en bicis Raleigh (el Lance Armstrong de ese tiempo), al retirarse también comenzó a fabricar sus bicicletas Zimmy.
Seis décadas después, el rock y las bicicletas británicos invadieron a los Estados Unidos, los Beatles y Raleigh iban por delante y causaron furor. A partir de 1951, la compañía producía cada pieza de la bici, 120 partes en total, y fabricaba más de un millón de unidades al año. Unos años más tarde comenzó la invasión. En la historia de la bicicleta, al igual que en la del rock, se conoce como british invasion al periodo en que Raleigh acaparó el mercado gringo después de la Segunda Guerra Mundial y hasta finales de los años sesenta, cuando se convirtió en el mayor productor de bicis en el mundo.
Para los adolescentes de Europa y Norteamérica, la marca era sinónimo del primer contacto con la libertad y la velocidad, tal y como sucedía con la música de los de Liverpool. Al iniciar los setenta, Raleigh creó otro clásico tipo canción del cuarteto, la Chopper, esa bici con una pequeña rueda delantera y una grande atrás (nuestra versión de ese modelo es la célebre Vagabundo), que salvó a la compañía de un gran hoyo financiero y le permitió incursionar en el terreno de las BMX y las bicicletas de montaña.
En 1980, el holandés Joop Zoetemelk ganó el Tour de France en una Raleigh TI Creda. Ese mismo año, el ocho de diciembre, John Lennon murió baleado por Mark David Chapman en una fría noche que cubrió al mundo. La “biblia” de Chapman era El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, novela en la que Holden Caulfield suele hablar con su hermano muerto, Allie, y cada vez que lo ve en sus recuerdos se le aparece en bicicleta.
En el 2002, 114 años después de fundada, la fábrica de Raleigh también cerró sus puertas para ser demolida. Era un símbolo de Nottingham, allí trabajaron varias generaciones, familias enteras que dejaron de laborar y hoy sólo miran con tristeza la nueva construcción de la universidad. La producción de bicicletas Raleigh y sus otras marcas (en el camino adquirió a Rudge, BSA, Triumph y Diamondback) se fue a Korea y a Vietnam, 25% más barato que armarlas en Inglaterra, supuestamente con la misma calidad. En Nottingham permanecen las oficinas administrativas, el centro de diseño y distribución que ahora ocupan un nuevo domicilio en Triumph Road. Pero el auténtico “Working class hero” se quedó sin su fuente de trabajo, el espíritu de la ciudad desaparece con ella. Cada año desde su muerte, entre el nueve de octubre y el nueve de diciembre se recuerda a John Lennon –9, el número más presente en su vida-, principalmente por su legado musical, universal como la bici. Le gustaba pedalear, era otra forma de liberarse y hacer rocanrol.
El bicle y su bicla. Como dicen sus seguidores, subió al cielo montado en sus gafas de bicicleta.

Thursday, December 2, 2010

Rodada 41

Parafraseando a Jerry García, ha sido un largo y extraño viaje... keep on rollin!