Con Sergio Flores, el Gran Serge & Destroy. La base, 2008.
Esta ha sido una semana extraña, se pasó como si fuera un día. Y todo el tiempo pensé en Sergio. El domingo pasado estuve en su velorio y parece que sucedió ayer cuando lo encontraron en su departamento, recostado en la sala, sonriente como siempre, con sus cigarros y un trago a la mano. “Murió como los grandes”, dijo un amigo. Me comentaron que en su reproductor había un disco de David Byrne, seguramente el que sonaba cuando su corazón se detuvo. El detalle del disco no es una banalidad, el Serge era un melómano fuera de serie. Nos conocimos hace unos quince años en Satélite, en la casa de otro melómano sin remedio, el Juan Ramón, y desde ese día empezamos una conversación sobre música que se extendió a través de los años y cada vez que nos encontramos la continuábamos como si fuera un juego pendiente que se había interrumpido. Nos veíamos con cierta frecuencia porque desde entonces empezamos a trabajar en agencias de publicidad y coincidíamos en reuniones en las que, invariablemente, el tema era la música. Serge era diseñador gráfico y artista visual, fue director de arte en Leo Burnett y en Euro Barba antes de iniciar, con Candy Crudele, La Base, donde fue director creativo. En esa agencia trabajamos juntos una breve temporada. Ahí conocí su dimensión humana. Una de las personas más afables que he conocido. Siempre sonriente, discreto y dispuesto. Un tipo muy cool. Tenía una manera muy especial de enseñar con paciencia a l@s creativ@s jóvenes en medio de la intensidad publicitaria. Era un sarcástico fino. Un gran maestro en todos los sentidos, profesional, humano y musical. El Gran Serge & Destroy.