Thursday, July 15, 2010

Crónicas Felinas

II. El hombre de izquierda que cobraba con la derecha

Se fue el Señor de los Gatos. Como era de esperarse, la burocracia cultural lo santificó y los políticamente incorrectos lo desmitificaron con la misma oportunidad. Personaje de claroscuros, un ser urbano del Siglo XX con sus motivaciones y contradicciones…

Curiosamente, con todo y su fobia hacia la contracultura de los sesenta y los jipitecas, era común verlo en movidas aceleradas, desde aquella sucursal del Bar 9 llamada Metal y la primera Expo Tatuajes México hasta las tocadas de Maldita Vecindad y Café Tacuba en LUCC. De igual modo, nada le impedía militar en la “izquierda”, escribir en La Jornada y las introducciones para libros como Rock Mexicano, sonidos de la calle, de José Luis Paredes Pacho, pero al mismo tiempo colaborar ubicua y lucrativamente con los medios y la prensa de la “derecha”.

En 2004, cuando editaba una revista para los clientes Membership Rewards de American Express, el dueño de la editorial exigió ver publicado a Monsiváis en nuestras páginas. “Pero…” Sin peros, era un capricho más que una decisión razonada. Cecilia Sánchez, amiga fallecida por cáncer, me dio el teléfono y logré hablar con alguno de los secretarios de Pelo Blanco y Revuelto. Le expliqué el motivo de la llamada y le pedí su dirección para enviarle una carta y unos ejemplares de la revista. Esa tarde me devolvieron la llamada y el secretario me comunicó con el mismísimo Don de la Cultura. Le confirmé que queríamos invitarlo a colaborar en la revista. Me citó a desayunar el siguiente sábado en el Duca D´este de la Zona Rosa. Fui a la cita, seguro de que un desayuno con Monsiváis sería una experiencia inolvidable como canción de Consuelito Velázquez.

Lo encontré en una mesa, sumergido en los periódicos del día. Me pareció un personaje de Alicia en el País de la Maravillas, su rostro, el pelo blanco y sus gafas emergían del humo rosa del café. Bebimos varias tazas y platicamos sobre cine, música, literatura y periodismo. Después de todo me parecía un tipazo en esa medida, es decir, con una taza de café de por medio. Era una enciclopedia viviente, su memoria sorprendía tanto como la facilidad de conversación y su interés por escuchar, a pesar de que nos interrumpían personas y personajes de los medios y la política que pasaban a saludarlo y cruzaban comentarios con él. Lo que se dice un personaje popular. Cerca del mediodía acordamos lo referente a su colaboración y los honorarios. Se cotizaba bien el maestro. Quedó de enviarme el texto. Nos despedimos y al final dijo “Ven a verme a Portales”.

El lunes el dueño y la gente de la editorial me esperaban ansiosos por saber si Monsiváis colaboraría. Claro, el maestro accedió a colaborar, es de “izquierda”, por lo que sólo nos va a cobrar 15 mil pesitos…

Hubo un silencio profundo y miradas sorprendidas de ojos incrédulos, había personas sentadas ahí que no ganaban eso en un mes e incluso hoy.

-Bueno –dijo el dueño, empeñado en su necedad-, es Monsiváis.

Editamos un lujoso ejemplar dedicado al tema de la suerte y las supersticiones en el que colaboraron Xavier Velasco, Óscar de la Borbolla, Eduardo Monteverde, Fernando Escalante Gonzalbo, Carlos Amador, Cristina Pacheco, Roberto Pliego, Luis Javier López Farjeat, Karem Martínez y los fotógrafos Jorge Ávila y Enrique Arechavala, entre otros, cuyas colaboraciones se pagaban entre los cuatro y los seis mil pesos. La colaboración de Monsiváis llegó puntual pero fue la más cara que pagó la revista. Era un texto divertido titulado “Maldita (o bendita) sea mi suerte, mi vida me la han robado (o regalado)”. Ilustrado por el estupendo Manuel Monroy, su artículo comenzaba con la anécdota del burócrata que se sacó la lotería, pero olvidó el boleto en el pantalón que su esposa echó a lavar.

Todos quedaron satisfechos: los ejecutivos de American Express se sentían intelectuales de altos vuelos y afirmaban que el poder de su marca sedujo a Monsiváis. El dueño de la editorial hizo realidad su fantasía de publicarlo. Y el cronista nos clavó el colmillo y se metió su abultado cheque. Desde entonces considero que la incongruencia no está en vestirse de ferrocarrilero y cobrar muy bien a una compañía como AmEx, sino en asumir y predicar una ideología y trabajar para la opuesta.

“¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?”, se pregunta su comadre Elenita Poniatowska. Pues seguir lucrando desde la “izquierda” con el negocio de la cultura, disfrutar becas vitalicias y despacharse con la cuchara grande, ¿o no?

Nunca fui a visitarlo, no tuve ganas. Craso error estratégico de padrinazgo intelectual. Pero ahora que lo pienso creo que fue mejor así. Ahorita estaría limpiando la caca de los gatos con los periódicos viejos y contestando las llamadas de López Obrador.

Sunday, July 4, 2010

Monsiváis

I. Seres ilustrados


No es hacer leña del Monsiváis caído, es ejercitar el músculo de la memoria. Su muerte ha causado todo tipo de enconos, incluso pleitos entre sus santificadores y desmitificadores. También me trajo a cuento dos ocasiones en las que traté con el Don de los Gatos, en ambas me causó distintas impresiones como su personalidad felina y contradictoria.

En 1994 se realizó la primer Expo Tatuaje México, donde montamos un stand del fanzine Picahielo. Al encuentro acudieron las cámaras del Canal 22 y las de Canal 11, cazadoras de lo exótico que pasaron de largo en busca de esos extraños seres ilustrados y perforados. Iban a ver la sangre y la tinta en la piel. Entonces apareció Monsiváis con otras dos personas y se detuvieron discretamente en el stand. Pelo Blanco y Revuelto se puso a hojear las revistas y (gay que nunca salió del clóset) se entusiasmó cuando vio una sección del Colectivo Sol y un artículo sobre Música y Contra Cultura (MCC). Edgar Rivas, uno de los compas con quien editaba este fanzine, es hermano del fallecido Mario Rivas, vocalista de MCC y fundador del colectivo gay pionero en México de la lucha contra el VIH. Me pareció un gesto amable de su parte, detenerse, mostrar interés y comentar la revista. Tuvimos la puntada de invitarlo a colaborar y prometió enviarnos algo. De pronto teníamos a las cámaras de televisión encima, moscas sobre la miel, le cayeron como si fuera una atracción más. Sin proponérselo nos hizo una publicidad impresionante, lo entrevistaban con nuestra manta de fondo y los fanzines entre las manos. Se formó un enjambre de curiosos alrededor y, poco a poco, diría el Rockdrigo, esa bola de gente se lo llevó. Aparentemente se mostraba incómodo con la situación, molesto por la insistencia de las reporteras en sacarle entrevistas, pero nosotros nos sentíamos rayados. Claro, nunca envió colaboración alguna.
Por supuesto, yo ignoraba que diez años después estaría sentado con él tomando café en la Zona Rosa para invitarlo a colaborar a una revista de American Express… esa anécdota la podrán leer en el siguiente número de Replicante, dedicada al periodismo y los periodistas.