Wednesday, December 27, 2006

La Muerte Guía Todos Mis Pasos


Deadhead: la iluminación de la mente, por Bob Thomas.

Friday, December 22, 2006

El Tercer Ojo


El Ojo de Malicia

Leyó tanto que le salió el tercer ojo.
Entonces dejó de leer
y empezó a leeer.

Insomnio



Durante la noche el insomnio es la mejor compañía,
cuando se acomoda junto a mí en la cama
leo en voz alta para que no se duerma.

Domador

El escritor se ajusta el sombrero cada noche.
Las ideas salen de su cabeza
como caballos salvajes.

Sujeto y Predicado


Yo escribí su nombre con mayúsculas
Ella se acercó y puso dos puntos
Yo la abracé entre signos de admiración
Ella me acarició con cada coma
Yo la besé con puntos suspensivos
Éramos como Sujeto y Predicado
Ella susurró a mi oído algunas interrogaciones
Yo no supe qué signo utilizar para contestarle
Le pedí que abriéramos un paréntesis
Pero se negó en cursivas e hizo correcciones
Ante mi mala ortografía
ella puso el punto final

Escritor Playero

El escritor se mete al mar de las letras,
bucea entre bancos de palabras
y atrapa las que necesita.
Al salir prepara una historia
para leer en la playa.

Solo

Se sentía tan solo
que al pronunciar su propio nombre
nadie le contestaba.

Se Busca Princesa

Traje la manzana roja del cuento
y voy a morderla.

Espero que llegue una princesa
y me despierte con un beso.

Amor Abismal

Cada vez que me miras
caigo sin remedio
en las cataratas de tus ojos.

Se Busca Príncipe

La princesa encontró al sapo y lo besó.
Pero el príncipe no apareció.
En vez de eso, ella se volvió rana
y él le sonrió.

Solos

Ella entró a la recámara y lo encontró acostado sobre la cama.
- Estoy solo –dijo él.
- Yo estoy contigo.
Él la miró un momento, luego dijo:
- Estamos solos.

Tac Tac Tac

Mil historias después,
la máquina de escribir
exhaló el último
F I N

Tuesday, December 19, 2006

Opus 94


Veinte años de música pura


Primer movimiento: despertar sinfónico
Todas las mañanas despierto con Opus 94. Sin música no hay vida después del sueño. Y no conozco mejor manera de abandonar la tumba cómoda que volver a la realidad en un amanecer clásico. Dejarse mover por las obras que nacen del radio despertador suaviza el choque contra la rutina, antes de encender el día con otras músicas y otras noticias. Así fue como los primeros días de junio reviví con la noticia de que la estación del 94.5 en la Frecuencia Modulada, perteneciente al Instituto Mexicano de la Radio, cumplió veinte años de estar al aire.

Segundo movimiento: siempre clásica
Opus 94 es un oasis en el desierto radiofónico, la única estación que capta el radio despertador que uso. A veces también agarra la onda de Radio Universidad, pero se siente como entrar a un castillo viejo y oscuro con telarañas y humedades por todas partes. De repente surge la curiosidad de darle una vuelta al cuadrante para escuchar qué hay de nuevo, ¿y qué es lo que se encuentra?, un panorama de estaciones que suenan repetitivas, aburridas y algunas de plano son inaudibles por sus formatos, contenidos y locutores. Una estación tras otra desfilan emisiones, productores, conductores y anunciantes orientados al consumo voraz y al entretenimiento que se alimenta con los éxitos del reciclaje y del pasado de la música popular: tropical, ranchera, bolero, moderna, grupera, norteña, balada, rock y ese “eclecticismo” con licencia para aplicar la fórmula que utilizan los de la mudanza: a huevo que entra. Opus 94 es una estación que pondera la difusión de la música antes que cualquier otra cosa, en su programación se incluyen selecciones de los períodos barroco, clásico, romántico y contemporáneo, una galaxia de obras maestras con sólo sintonizar su frecuencia.

Tercer movimiento: sin bla bla bla…
¿Será por esta música y por los temas que giran en su universo que las voces de Opus 94 se expresan de manera distinta? En la Zeta hablan como los peseros de Tultitlán, en Alfa como los mamilas de Tecamachalco, en Radio Ibero como intelectuales de Satélite y en Estéreo Joya como peluqueros de Tacuba. Es un alivio notar que en Opus no hay espacio para locutores bocones que parlotean como si tuvieran un perico en la cabeza. Salvo ciertas excepciones, la mayoría entiende de música lo que uno de física nuclear, si acaso saben algo no lo demuestran. Como suele decirse, la música es demasiado importante para dejarla en manos de productores, locutores y operadores así. Chistositos de toda calaña, entretenedores para cada gusto, especialistas de cualquier cosa, multitud de informadores, debatientes de la mesa redonda y chismógrafos profesionales que se dedican al “periodismo de espectáculos”. Bla, bla, bla… En contraparte, las voces de Opus 94 son tranquilas, ecuánimes, oportunas, con profundo conocimiento de lo que están diciendo. Salvo los vozarrones de la maestra Alicia Zendejas y del maestro Eduardo Lizalde, se trata de personas discretas que jamás interrumpen una pieza musical, no le cortan el final ni hablan encima para decir sandeces.
Cuarto movimiento: la misma tonta canción
El que escucha Opus 94 no se expone a la tortura de oír diez veces al día la misma canción, sino a disfrutar la música en toda la extensión de la palabra. Suele suceder que en las áreas de trabajo de algunas empresas sólo hay un radio y para ser democráticos todos tienen que soplarse Estéreo 97.7 dos días a la semana. Ésta es una prueba extrema de resistencia auditiva reservada para los escuchas del absurdo, sólo ellos pueden superarla. Tenemos una idea de los criterios con los que trabajan las estaciones de radio, sus vicios y virtudes, pero ¿qué no tienen más canciones y más música que el sencillo que ponen hasta el hartazgo una y otra vez? En estas oficinas, donde el radio se vuelve un motivo de discordia, Opus 94 es neutral como la Cruz Roja en el área del conflicto; aunque, claro, tarde o temprano surgen los quejosos. La solución es que cada quien se conecte a su gadget favorito con audífonos y fin de la discusión. Entonces se abren otros agujeros de comunicación.
Los hábitos están cambiando. En esta frecuencia, cada vez más personas dejan de escuchar la radio por anquilosada. Lo nuevo es usar las pequeñas maravillas de la tecnología para almacenar y llevar la música sin el ruido que atiborra la señal de las emisoras. Las estaciones radiales en Internet han florecido en todo el planeta y la música está disponible en sitios y páginas, dos clicks y listo. No hay computadora sin programa y sin carpetas musicales capaces de sonar durante tiempo indefinido, libres de cortes y voces indeseables. La gente baja canciones, crea categorías, arma archivos y los intercambia o quema discos con sus canciones preferidas y libera a su dj escondido, capaz de mezclar cantos gregorianos con tecnocumbia. Sin embargo, todavía quedan razones para prender el radio en busca de compañía, una de ellas es Opus 94 y su Inteligente manera de escuchar la radio. Música pura. En este caso, suspender los amaneceres clásicos sería la inmovilidad. Basta con quitarle la música a una persona para notar que su espíritu empieza a morir lentamente. Unas mañanitas sinfónicas para que Opus 94 nos siga despertando veinte años más.

La Humber Sprite de Syd Barret


El Syd, por Franz De Paula

Las bicicletas y sus dueños

La Humber de Syd Barret


En el Top Ten del Cancionero Bicicletero se encuentra Bike, pieza escrita por Syd Barret para el primer disco de Pink Floyd, The Piper at The Gates of Down. Hace 40 años, en octubre de 1966, el cuarteto de astronautas musicales debutó en Londres con su blues experimental de elevada complejidad lisérgica. Desde entonces fue uno de los grupos más innovadores y alucinantes del rock.
Rockeros y músicos de otras dimensiones y latitudes le han dedicado canciones a sus bicicletas: Tom Waits, Queen, Nazareth, Pixies, The Sugar Cubes, The Vaselines, Shonen Knife, Eek a Mouse, Mitch Miller, John Fahey, Damien Jurado… Pero la Bicicleta de Barret es la más bizarra y surrealista de todas.
Yo tengo una bicicleta
Tú puedes correrla si quieres
Tiene una canasta
Una campanilla que suena
Y cosas que la hacen ver bien
Yo te la daría si pudiera
pero la robé
Tú eres el tipo de chica que se ajusta a mi mundo
Yo te daré cualquier cosa
Todo si quieres cosas
1966. En un flashback podemos verlo a los 21 años, pedaleando su Humber modelo Sprite por las calles de Londres, el pelo suelto y la cabeza llena de ácido. Es la bicicleta que está de moda entre la juventud, por supuesto que es unisex y desde el nombre parece diseñada para la diversión. Barret se dirige a un ensayo del grupo que él bautizó como Pink Floyd Sound, su velocidad es interestelar y piensa en una canción atípica, imagina cada nota y cada instrumento que se deforman en el laberinto de sus pensamientos: el piano, la batería, los teclados, el bajo, la guitarra eléctrica y su voz. En plena iluminación de la mente puede escuchar un circo espacial en su interior y de pronto ahí está, clara y prístina, una canción que brilla como diamante. Al poco rato llega al sótano donde lo esperan sus compañeros, Roger Waters, Richrad Wright y Nick Mason. Irrumpe en el cuarto de ensayo y les dice lleno de luz: Tengo una canción de colores, se llama Bicicleta.
Yo tengo una capa
Es un poco en broma
Tiene una rotura en el frente
Es roja y negra
La he tenido por meses
Si tú crees que podría lucir bien
Entonces yo creo que debería
Y esa Humber no era cualquier bicicleta. Su historia se remonta a 1869, un siglo antes, cuando el herrero Thomas Humber estableció su compañía en Beeston, Nottinghamshire, donde fabricaba y vendía bicicletas para la aristocracia británica. La competencia era dura, en aquel entonces ya rodaban marcas como Starley, Rudge, Phantom Wheel y Rover, por lo que la innovacón estaba a la orden del día. Humber adquirió reputación en 1884 por su modelo de safety bicycle (patentada ya por James Starley) con la novedad de tener la rueda delantera más pequeña, todo lo contrario a las high wheelers de la época y madre de todas las choppers, incluyendo nuestra Vagabundo. Además, Humber fue el primero en ponerle pegs o “diablos” a la rueda trasera de la bicicleta, diseñados para que el ciclista pudiera encarrerarse y utilizarlos como escalón al subir en el asiento. Con el tiempo Humber Cycles se diversificó y arrancó en el nuevo siglo con sus automóviles Humberette, cuadriciclos con motores de cinco caballos de fuerza. En 1932, la gran compañía Raleigh adquirió a la Humber, que para entonces ya fabricaba carros compactos, vehículos de guerra, grandes convertibles y limosinas.
Yo conozco a un ratón
Y él no tiene casa
No sé por qué
Yo lo llamo Gerald
Se está poniendo algo viejo
Pero es un buen ratón
¿Cuántas canciones habrá imaginado Barret mientras rodaba en su Humber Sprite? Por desgracia perdió el control de la nave interna, se le revirtieron los superpoderes del LSD por la esquizofrenia que padecía y el consumo de la dietilamida profundizó su abismo interior, una especie de hoyo negro en el cosmos. En el verano del 68, luego del segundo disco de Pink Floyd, A Saucerful of Secrets, fue sustituido por el estupendo David Gilmour en la guitarra y Roger Waters se apoderó del mando absoluto del grupo durante la siguiente década, su mandato terminó en 1983 con The Final Cut. Por su parte, Barret grabó dos discos de colección antes de retirarse por completo de la vida pública: The Madcap Laugh y Barret. El resto de sus días fueron un misterio tras los muros de la pequeña casa de su madre en Cambridge. De vez en cuando se sabía algo acerca de su vida, corrían rumores de todo tipo y noticias inciertas. Volvió a pintar como en sus años de estudiante en la Camberwell School of Art, se le veía salir a la tienda y pasear en bicicleta por las calles de su vecindario.
Yo tengo un clan de hombres de pan de gengibre
Aquí un hombre
Allá un hombre
Muchos hombres de pan de gengibre
Toma un par si lo deseas
Están en el plato
En noviembre de 2001, el Daily News publicó una fotografía de Barret con una breve nota. El brillante maestro del blues cósmico fue captado por la cámara fotográfica mientras pedaleaba una bicicleta igual a la que describe en su canción de 1967: con una canastilla al frente y una campana de las que hacen ring. Estaba un poco gordo y no tenía pelo, usaba un abrigo negro y guantes de lana, miraba con suma atención hacia el frente, pero al observar la imagen da la impresión de que podía ver algo invisible para los demás. La bicicleta era azul, parece que iba montado en un blues, el desequilibrio en equilibrio. La bici es el vehículo perfecto para la locura y ésa era una Gentelmen Sport, con su poste tipo goose neck, salpicaderas y una canastilla adicional trasera.
Yo conozco un salón de canciones
Algunas riman
Otras chillan
La mayoría son relojes
Vamos a otro salón y hagamos que funcionen
¿Qué sería del rock sin Pink Floyd? ¿Qué hubiera sido del grupo sin Barret y su semilla sicodélica? ¿Y de nosotros sin The Dark Side of the Moon? El autor de Julia Dream no tocó en esa obra, considerada la cumbre musical del grupo, como tampoco lo hizo en otros grandes discos; Ummagumma, Atom Heart Mother, Animals, Wish You Were Here y The Wall, pero fue una corriente de inspiración en las mentes de sus autores. Roger Keith nació en 1946, debutó en 1966 y murio por diabetes en 2006. ¿Qué hubiera sido de Syd Barret sin su bicicleta?

¿Quién mató al Gansito Marinela?


50 años son nada


Al igual que tantos millones de mexicanos, en mi dieta habitual incluyo el ya famoso pato al orange, nombre fino con el que se conoce al Gansito y al refresco de naranja. En esta ocasión no se trata de llamar la atención sobre el nulo valor nutrimental del pastelito con gaseosa, los peligros de la diabetes ni de llamarle chatarra a la comida que hace felices a tantas personas, sino de señalar la poca consistencia del pan.

Recuérdame, los malos hábitos no se olvidan. Todos los días, entre las cinco y las seis de la tarde, suelo consumir este platillo y sus respectivas variantes. Es la hora del azúcar, cuando el organismo pide a gritos una dosis de algo dulce sin la cual es incapaz de realizar actividad alguna. La energía se esfuma, se pierde la concentración y sólo se recupera hasta comer chocolate o algo que lo tenga. Un amigo suizo no conocía el Gansito hasta que vino a México y lo introduje. Me contaba que allá a los escolares de primaria y secundaria les daban una manzana al día al entrar al colegio. Aquí, en cambio, los papás nos daban dinero para comprar un Gansito y un Boing en la tiendita de la escuela. Me pregunto si eso tiene que ver con el nivel de cada país, ¿qué son nuestros pastelitos junto a los chocolates suizos? Hace algunos años supimos que a un grupo de escolares se les aplicó una prueba muy sencilla, tenían que identificar a los autores de ciertas frases. Todos sabían que “Recuérdame” era la palabra del Gansito, pero ignoraban quién había dicho “El respeto al derecho ajeno es la paz”. El de Marinela sí le hizo a Juárez lo que el viento no pudo, sin embargo, con todo y su top of mind, hoy agoniza en el peor de los olvidos.
Crecí durante los años setenta en un sitio llamado Lomas Verdes, al norte de la ciudad, en el Estado de México. Era una zona remota donde sólo había montes y cuevas por explorar. Pasábamos las tardes enteras en el campo, cazando ratones y atrapando ranas, eran días en los que apostábamos todo por unos Twinky Wonder. Para conseguirlos teníamos que ir hasta la única tienda que existía a la redonda, a unos veinte minutos de distancia, el puesto de lámina de Don Ramón, que hasta la fecha existe con los mejores tacos de suadero y chicharrón en la zona. Cuando mi mamá nos mandaba por las tortillas con el Donra, el motivador infalible era que con el cambio podíamos comprar los dichosos pastelitos. Entonces se organizaba una expedición en bicicleta en la que participaban todos los chavitos de la calle. Hoy sabemos que el éxito de estos productos se debe en gran medida a su distribución y a su publicidad, prácticamente llegan a cualquier lugar por más recóndito que sea. Pues en aquel sitio alejado de todo, la camioneta de Wonder era el equivalente a un barco español cargado de riquezas o a la diligencia del oeste llena de oro. Comerse unos Twinkys era disfrutar un tesoro al final del día.
Pero Lomas Verdes se ha convertido en una gran mole de concreto hundida en contaminación y los Twinky Wonder se deshacen entre los dedos antes de sacarlos del empaque. La vida se ha deteriorado en todos los aspectos, se vuelve amarga como el Chocolate Abuelita sin abuelita. Mientras observo cómo se construyen fraccionamientos sin medida y zonas comerciales saturadas, intento disfrutar uno de estos raquíticos pastelitos sin dulzura. ¿Quién mató al Gansito Marinela?
No hay que dejarse engañar con fábulas maléficas, la teoría del complot perpetrado por los Pingüinos, el Chocotorro y el Negrito es tan creíble como las del fabricante de complots. Incluso en la mesa de la familia mexicana circuló la noticia de que el Gansito de los anuncios creció, engordó y se quedó sin trabajo. Que vagó por estudios de cine y televisión haciendo papeles de extra, enfermo por inhalar tanta nieve que le caía en sus comerciales. Hasta que llegó al programa de Chepina, donde terminó actuando como el ingrediente principal. Lo más triste es que ya nadie lo recuerda, ni siquiera su creador, el único responsable de este abandono criminal, nada menos que el Osito Bimbo. Así como se ve de tierno es dueño de todas las marcas de pan dulce que conozco: Marinela, Wonder, Tía Rosa, Suandy, El Globo… Él decide la suerte de cada pastelito, galleta y pan de caja. Eso no me preocupa, pero ¿a quién se le antoja un pastelito triste y desabrido, cada vez más apachurrado y vacío de relleno? Es lamentable comerse un Chocotorro pálido, flaco y sin sabor. Se entiende que el Chocotorro sea el primo feo del Gansito, como los Twinkys de los Submarinos, pero no es para descuidarlos así, ¿o sí? Parece que el Osito ha bajado sus costos de producción, no es que sean ingredientes de baja calidad, para nada, pero parece que le echan agua a la masa y con la medida de dos pastelitos ahora se hacen cuatro. Por eso, en vez de mantener la consistencia del pan, ahora los Pingüinos vienen en charolitas de plástico para evitar que se deshagan en el camino a la tienda, imposible sacarlos sin que se desmoronen… ¿y el relleno cremosito? ¡Tenga sus cremas!
Habrá quien diga que esa consistencia que le arrebata a uno el placer de la primer mordida se debe a las vitaminas que le agregan o que ahora los Chocorroles y los Rollos son más largos y por eso se doblan y se quiebran al abrirlos. El tesoro al final del día se arruina. Tan inútil sería tratar de atribuirle un valor alimenticio a estos pastelitos como de explicar el efecto de comerse uno. Es algo parecido al de la Coca Cola, que tiene el plus de la cafeína, ¿quién puede negarse a una? Sabemos que el mundo se divide entre los que beben Coca y los que toman similares, ellos se la pierden.
Como consumidor habitual de estos pastelitos, leal desde niño, deseo expresar mi inconformidad y exigir al dueño del pan en México que se vuelva a la calidad y al sabor de antaño. Que reviva a Doña Sara García si es necesario, y ya entrados en gastos, que vuelva a sacar las Relledonas Wonder pero en paquete de cuatro. ¿Por qué las dejó de hacer el Osito? Moraleja: la dieta del mexicano necesita ser menos escuálida, por ello es imperativo volver a la vida a la gran familia del Gansito Marinela, nuestro pastelito favorito. Recordémoslo como se merece.

The Cult: El Concierto de una Rola



The Cult en México
El rock perdido


Cuando supe que The Cult tocaría en el Salón 21 salí volando para conseguir dos boletos. A principio de los noventa estuvieron en el Palacio de los Deportes, por lo que ésta era la oportunidad de checar su estruendo metálico.
A pesar de que los diputados de oposición se agarraron a madrazos en la Cámara y de que a Paquita la del Barrio la detuvieron por evasión fiscal, todo se configuraba a mi favor el viernes 1º. de diciembre: un fin de semana largo, la visita de Ale para festejar mi cumpleaños y The Cult por la noche, un perro de sonido fino, rudo y con pedigree. Me esperaban tres días de amor, hash y rock.
Ale salió volando de Guadalajara y aterrizó en Toluca para estar aquí el viernes por la noche. Después abordó el autobús de la aerolínea para llegar a Santa Fe a las 10:40. Yo estaba esperándola para irnos directo al concierto. El plan transcurrió casi perfecto, hasta que llegamos al 21.
Al entrar supimos que el grupo había terminado de tocar y el público pedía otra. Los Marshalls sobre el escenario parecían motores humeantes, en el aire caliente todavía flotaba ese polvo eléctrico que dejan las bandas al culminar. Verga, verga, verga… En el boleto se indicaba el inicio a las 9:00, pero los conciertos nunca empiezan a la hora señalada y generalmente toca un grupo antes. Según yo, The Cult empezaría entre las 10:30 y las 11:00, sólo que en esta ocasión, el concierto empezó puntual y no hubo abridor.
En eso nos encontramos a unos amigos y sus testimonios sobre la presentación oscilaron entre “bueno” y “muy bueno”. Salvo las fallas técnicas que los obligaron a interrumpir una canción y el sonido que al parecer no rindió al 100%, el repertorio fue de lo mejor, “puro clásico, Prof, puro clásico”. Me desanimé por completo y abracé duro a Ale. Habíamos perdido el concierto como quien pierde el vuelo en el aeropuerto.
Y de pronto reapareció The Cult sobre el escenario levantando una ovación. William Duffy se acomodó su guitarra Gibson y dejó caer los primeros acordes de “She sells sanctuary”, antes de que se desatara una tormenta eléctrica. La canción más representativa del grupo, disparada como una flecha sónica con el arco de la guitarra. Una vez adentrados en la rola, la energía comenzó a llegar en olas. Asimilé cada partícula musical y cada nota desgranada, esa amalgama de dark, sicodelia, hard rock y heavy metal en una ráfaga auditiva. Un fix de rock puro que duró poco más de cuatro minutos. Tan sólo una probada de lo que nos habíamos perdido. Se me cayó el humor por el resto de la noche. Ale comprendió. Perdimos el rock, pero nos encontramos ella y yo. Además, teníamos el sexo y el hash.

Monday, December 18, 2006

El Blues de Charles Manson


El Hippie Desquiciado, por Raymond Pettibon

Charlie’s Blues
(El carnicero psicodélico II)

Veo tu ano
y veo el hoyo de tu alma
y veo todo lo que es
lo que no es
y la vida para mí sólo es una canción.
Charles Manson


El frontman de La Mosca publicó en noviembre un artículo sobre el asesino Charles Manson, sus deseos de convertirse en rockstar y su experiencia en el Oeste Psicodélico de los años sesenta. Dos décadas después, desde su celda en la cárcel de San Quentin, el Jefe de la Familia seguía intentando diseminar su mensaje a través de la música, sólo que ahora lo hacía en la escena del punk hard core de California.

En el verano de 1984, Los Angeles era la sede de los Juegos Olímpicos y la ciudad estaba plagada de policías, razón que motivó al grupo Black Flag para salir de gira en el My War Tour. En esa etapa, el grupo estaba integrado por el guitarrista Greg Ginn, la bajista Kira Roessler, el baterista Bill Stevenson y el vocalista Henry Rollins. El acto abridor lo conformaban el trío de Arizona the Meat Puppets y antes de ellos tocaba Nig-Heist, el grupo de Mugger, el roadie de Black Flag. Todos usaban el sistema de sonido más ruidoso de Orange County, el Ratman Sound System, que transportaban en un remolque negro enganchado al vehículo de la gira, la famosa camioneta Van. La productora del tour era la disquera SST de Ginn, el cerebro y guitarrista que consideraba cada presentación como una especie de masacre musical. El grupo tenía una misión, Search & Destroy, que en sus términos se refería al exterminio de los convencionalismos. La consigna entre ellos era Kill Everyone Now y la sustancia que se despachaban en goteros las 24 horas era LSD.
El viento que sopla a través de mí
Tenían el objetivo de llegar al corazón de la oscuridad, al núcleo del mal, donde florece la venganza. Se trataba de someter a las personas y a las organizaciones a una crueldad extrema para que se revelaran como eran. La música era el medio, como si tocaran instrumentos de tortura. Las reacciones que desataban en sus presentaciones eran azotadas y descabelladas, revelados en 45 minutos, causar dolor era esencial. Muchas de estas ideas provenían del desquiciado Manson, de lo que dijo durante la última entrevista que le hicieron, en la que fue captado antes de escupirle en la cara a un policía: “Te voy a despellejar el culo, muchacho. Haré que seas lo que eres.”
Rollins publicó su primer poemario, 20 -11.11.34 RISE-, ilustrado por el entonces desconocido Raymond Pettibon (hermano de Greg Ginn), el artista plástico que hizo el logotipo, los flyers y las portadas de Black Flag. El título del libro perece cita bíblica, pero hace referencia al número de poemas y a la edad de Rollins, el subtítulo es la fecha de nacimiento de Manson. El autor le hizo llegar el libro a la cárcel, a partir de ese momento mantuvieron una estrecha relación por correo.
Por ese plug que los conectó con el Mal en Persona comenzaron las negociaciones entre Manson y la SST para editar un disco. El asesino componía en la prisión. Se dieron manos a la obra y le enviaron a Manson una grabadora y las cintas más finas que encontraron para que grabara las canciones. SST se comprometió a pagar las regalías, pero el asesino les respondió lo que ya había dicho en alguna otra ocasión: “Mi música no es algo que se compre o se venda. Si alguien desea cobrar por eso, es asunto de ellos. Yo no vendo el viento que sopla a través de mí.”
En el ojo de mi mente
Al ser cuestionados por este proyecto, Greg Ginn se limitó a decir que encontraba en este caso “un fenómeno interesante”. Rollins fue más allá: “Aquí tenemos a este pequeño hombre, sentado tras las rejas en algún lugar de California, y aún así aterroriza a la gente… Mucho de lo que hace Black Flag es buscar el mal que reside en la naturaleza humana.”
Todo iba muy bien para el mal, hasta que empezaron a brotar problemas como los murciélagos del ácido. Daban por perdida la grabadora, pero Manson envió de regreso las canciones grabadas en los casets más pinches, chafas y jodidos que encontró. Esto no les hizo gracia a los de SST y vieron en ello un ejemplo del agandalle mansoniano, era claro que el sanguinario gurú no tenía un clavo. Los llamados Manson Tapes contenían algunas canciones incompletas, improvisaciones, discursos y desvaríos, todo revuelto y disperso, con el ruido cotidiano de la cárcel de fondo. El material no era lo que esperaban en cuanto a calidad y coherencia: chikachikachikachikchikaaeee burnin’, fire, I’m on fire. Se acompañaba de su guitarra, sonaba austero, lento, pálido y lejano, como el fantasma de algún músico de country que arrastraba su tristeza al cantar: “En el ojo de mi mente, mis pensamientos encienden fuegos en tus ciudades.” Lo que notaron es que con su acento de Kentucky y su guitarra de palo imitaba sin éxito el estilo del gran Hank Williams, a quien admiraba. Incluso grabó su teoría de cómo le fue robada la guitarra a Williams para dársela al “judío Zimmerman”, es decir a Dylan, y con ello pervertir el curso de la música.
SST, CIA, FBI y TAN TÁN
De esas grabaciones, los de SST lograron rescatar seis canciones sin título, con ellas armaron el disco Completion, pero no estaban seguros de lanzarlo con el nombre del asesino. Entonces se les ocurrió crear un personaje llamado Chuck Willis (Will Is Man’s Son), un tipo que después de purgar una larga condena en prisión se dio al camino con su guitarra para hacer canciones de libertad. Por su parte, más rápido que sus canciones, Manson ya comercializaba su disco desde la celda donde lo grabó y tenía negocios fríamente calculados con organizaciones de supremacía blanca interesadas en distribuir el material. Por supuesto, desde un inicio la CIA y el FBI comenzaron a darle seguimiento a esta correspondencia y el proyecto estuvo vigilado desde los primeros intercambios. Así que la SST quedó bajo la lupa, fue acosada por todo tipo de organizaciones y para colmo la disquera recibió la llamada de un agente de la muerte: que Charlie estaba molesto por la manera en que manejaban la producción del disco y que había dado órdenes de cazarlos. Fue como estar metidos en la boca del lobo y salir vivos. En esas condiciones, SST decidió cancelar la producción y el material fue almacenado.