Tuesday, December 19, 2006

The Cult: El Concierto de una Rola



The Cult en México
El rock perdido


Cuando supe que The Cult tocaría en el Salón 21 salí volando para conseguir dos boletos. A principio de los noventa estuvieron en el Palacio de los Deportes, por lo que ésta era la oportunidad de checar su estruendo metálico.
A pesar de que los diputados de oposición se agarraron a madrazos en la Cámara y de que a Paquita la del Barrio la detuvieron por evasión fiscal, todo se configuraba a mi favor el viernes 1º. de diciembre: un fin de semana largo, la visita de Ale para festejar mi cumpleaños y The Cult por la noche, un perro de sonido fino, rudo y con pedigree. Me esperaban tres días de amor, hash y rock.
Ale salió volando de Guadalajara y aterrizó en Toluca para estar aquí el viernes por la noche. Después abordó el autobús de la aerolínea para llegar a Santa Fe a las 10:40. Yo estaba esperándola para irnos directo al concierto. El plan transcurrió casi perfecto, hasta que llegamos al 21.
Al entrar supimos que el grupo había terminado de tocar y el público pedía otra. Los Marshalls sobre el escenario parecían motores humeantes, en el aire caliente todavía flotaba ese polvo eléctrico que dejan las bandas al culminar. Verga, verga, verga… En el boleto se indicaba el inicio a las 9:00, pero los conciertos nunca empiezan a la hora señalada y generalmente toca un grupo antes. Según yo, The Cult empezaría entre las 10:30 y las 11:00, sólo que en esta ocasión, el concierto empezó puntual y no hubo abridor.
En eso nos encontramos a unos amigos y sus testimonios sobre la presentación oscilaron entre “bueno” y “muy bueno”. Salvo las fallas técnicas que los obligaron a interrumpir una canción y el sonido que al parecer no rindió al 100%, el repertorio fue de lo mejor, “puro clásico, Prof, puro clásico”. Me desanimé por completo y abracé duro a Ale. Habíamos perdido el concierto como quien pierde el vuelo en el aeropuerto.
Y de pronto reapareció The Cult sobre el escenario levantando una ovación. William Duffy se acomodó su guitarra Gibson y dejó caer los primeros acordes de “She sells sanctuary”, antes de que se desatara una tormenta eléctrica. La canción más representativa del grupo, disparada como una flecha sónica con el arco de la guitarra. Una vez adentrados en la rola, la energía comenzó a llegar en olas. Asimilé cada partícula musical y cada nota desgranada, esa amalgama de dark, sicodelia, hard rock y heavy metal en una ráfaga auditiva. Un fix de rock puro que duró poco más de cuatro minutos. Tan sólo una probada de lo que nos habíamos perdido. Se me cayó el humor por el resto de la noche. Ale comprendió. Perdimos el rock, pero nos encontramos ella y yo. Además, teníamos el sexo y el hash.

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