De niño: Cepillín
Hace un par de meses, cuando trabajaba en una agencia, salí con un amigo por unas hamburguesas y de regreso sucedió: al entrar al edificio me encontré con el auténtico y original Cepillín,
el payasito de la tele. Verlo ahí era un misterio, supuse que había ido a grabar algún programa al canal de video que está en el penthouse del edificio. De cualquier modo, era como estar de golpe frente a mi infancia y casi pude percibir el olor de la sopa de fideo que aún prepara mi mamá. Mi reacción fue exclamar
¡Heeey, Cepillín! Y le pedí una fotografía que mi cuate nos tomó con el celular. Aceptó muy sonriente y sorprendido de que alguien como yo lo saludara. Durante mi niñez crecí viendo su programa, lo sintonizaba al llegar a la casa después de la escuela, antes de sentarme a comer (como en ese momento, nótense las burgers al fondo). Siempre me cayó bien por ser un payaso musical, por su prendidez –que hace unos años le costó un infarto- y por traer el pelo largo natural (no peluca). Antes de seguir cada quien su camino le dije que era el primer payaso contracultural de la tele en México (no recuerdo si fue antes o después del Duende Bubulín). Eso lo alegró mucho y una mujer que lo acompañaba –supongo que su esposa y/o su representante- le comentó: “¿Ya ves? Te lo dije…” Hace unos días lo vi en la televisión, lloraba por un problema que tiene con su casa y que lo ha dejado en la pobreza. Pensé en lo triste de la situación, la de ver a un payaso llorando. La vida es tan jodida que le quita la sonrisa hasta a un payaso.
De niñote: Bares

En la preparatoria y en la universidad, apasionado de toda lectura que oliera a contracultura, empecé a leer a Mauricio Bares en la revista
La Pusmoderna, en el suplemento
Sábado del Unomásuno y en el tabloide de morbo y amarillismo de fondo que editaba con Juan Manuel Servín,
A Sangre Fría. Desde entonces lo clasifiqué como un escritor maldito con un humor bendito y no le perdí la pista. Se convirtió en uno de mis favoritos por el filo de su prosa, el humor narcótico y la sofisticación de su escritura, fina y cortante como dos largas rayas de coca en el espejo. Conozco a Bares a través de todos sus libros,
El otro nombre de la Rosa (relatos),
Coito Circuito (relatos, Moho),
Streamline 98 (novela),
Sobredosis (relatos),
Me ves y sufres (relatos en coautoaría),
Ya no quiero ser mexicano (crónicas, editorial Nula) y su más reciente
Posthumano, la vida después del hombre (ensayos, Almadía). Y también lo conozco personalmente porque hace unos diez años empecé a frecuentar la editorial
Nitro Press, en su departamento de la calle Milán, y a colaborar en la revista
Nitro. Es un escritor y editor que ha publicado casi toda su obra y la de otros autores (Juan Manuel Servín, Rubén Bonet, Bernardo Esquinca, Pepe Rojo) de manera independiente en su editorial. En ese tiempo nació una amistad y un día, leyendo uno de sus blogs, descubrí un cuento que se llama
Las bicicletas también se embarazan (ahora publicado en
Ya no quiero ser mexicano) y supe que Bares sabía sobre la cultura de la bicicleta. Todo eso me llevó a invitarlo a presentar el libro
Las Bicicletas y sus Dueños en La Casa del Poeta y luego en Donceles 66, donde nos tomamos esta fotografía en compañía de una de sus alumnas del taller literario.
Bares escribió un texto estupendo titulado
Bicis y vuelos que pueden checar en
www.rueda-libre.blogspot.comPara conocer más sobre su trabajo:
www.posthumano.blogspot.comwww.mauriciobares.blogspot.comwww.nitropress.blogspot.com